jueves, junio 07, 2007

Le Moulin de la Galette


"Le Moulin de la Galette". Auguste Renoir. S. XIX

Le Moulin de la Galette era un verdadero molino abandonado situado en la cima de Montmartre, lugar de ocio y el paraíso de la bohemia parisina habitado por artistas, literatos, prostitutas y obreros. Los domingos y festivos eran días de baile en Le Moulin, llenándose con la población que habitaba el barrio. Una orquesta amenizaba la danza mientras que alrededor de la pista se disponían mesas bajo los árboles para aprovechar la sombra.

En su deseo de representar la vida moderna - elemento imprescindible para los impresionistas - Renoir inmortaliza este lugar en uno de los lienzos míticos del Impresionismo. Su principal interés es representar a las diferentes figuras en un espacio ensombrecido con toques de luz, recurriendo a las tonalidades malvas para las sombras. El efecto de multitud ha sido perfectamente logrado, recurriendo Renoir a dos perspectivas para la escena: el grupo del primer plano ha sido captado desde arriba mientras que las figuras que bailan al fondo se ven en una perspectiva frontal.

Esta mezcla de perspectivas era muy del gusto de Degas, empleándola también otros artistas. La composición se organiza a través de una diagonal y en diferentes planos paralelos que se alejan, elementos clásicos que no olvida el pintor. Las figuras están ordenadas en dos círculos: el más compacto alrededor de la mesa y otro más abierto en torno a la pareja de bailarines.

La sensación de ambiente se logra al difuminar las figuras, creando un efecto de aire alrededor de los personajes. La alegría que inunda la composición hace de esta obra una de las más impactantes no sólo de Renoir sino de todo el grupo, convirtiéndose en un testimonio de la vida en el París de finales del siglo XIX.

"El Encuentro"

Lo miré cuando pasaba a mi lado, apenas pude reconocerlo, esbocé un ademán para saludarlo y luego me contuve, sentí una extraña vergüenza al notar que él me miraba sin verme; un rostro más entre la multitud que nos rodeaba.

Caminé unos pasos y me detuve frente a una vidriera, el corazón latiendo aceleradamente. Me sentí embargada por una sensación de ahogo producto de la sorpresa y el impacto de verlo después de tantos años; cuando menos lo esperaba, cuando ya no lo buscaba en cada rostro, como había hecho durante tanto tiempo. Sentí un sudor helado que me recorría entera y las manos húmedas y frías, mientras la cabeza me pesaba sobre los cansados hombros como si estuviera embriagada.

Por un instante miles de imágenes se cruzaron por mi mente y todo parecía girar a mi alrededor, como si el mundo se hubiera vuelto loco en un instante. Tuve fugazmente el imperante deseo de volver rápidamente sobre mis pasos y tratar de alcanzarlo, tocarle el hombro y depositar un beso en su mejilla como cuando éramos jóvenes; pero fue solo un pensamiento, prevaleció el buen sentido y porque no decirlo? Un sutil temor a su mirada y quedé allí, reflejada en un vidrio que me devolvía implacable mi imagen actual; la que él no reconoció.

Me vi como era ahora, una señora mayor, cabellos blancos, figura gruesa, elegante pero distinta; otra mujer, nada comparable a la joven que él había amado tanto. ¿Cómo iba a reconocerme? ¿Cómo iba a saber o imaginar siquiera que iba a cruzarme una tarde entre la multitud, 30 años después de nuestro último encuentro? ¿Cómo iba siquiera a pensar que esa joven amante que se desmayaba de amor en sus brazos en cada cita clandestina, era esa mujer de rostro surcado por los años que pasó como una más a su lado?

Me sonreí tristemente, sequé una lágrima que había quedado prendida en mis pestañas y reanudé mi camino. Jorge me estaba esperando en esa cafetería de la próxima manzana, ansioso por ir a comprar los regalos de Fin de Año para nuestros hijos y nietos; mejor que me apure pensé y aceleré el paso. Mientras tanto, sin saberlo, sin siquiera sospecharlo, unas vidrieras más allá, un hombre con lágrimas en los ojos reanudaba también su camino.

María Magdalena Gabetta

2 Comments:

Blogger vehemente said...

Cierro los ojos y el bullicio se mueve al compás de la música ligera. Un rallo del sol de primavera se cuela caprichoso entre las hojas que bailan al antojo de la brisa. Los árboles juegan a las sombras chinas en mi cara y a veces dejan que la luz me deslumbre. Soy el artista, la prostituta y el obrero. Soy esa que esboza media sonrisa mientras un desconocido le dice lo bonita que es; o soy aquel que intenta exitoso rodear con los brazos la sugerente cintura de la que ahora es su pareja de baile.

Adoro este cuadro y aquella tarde.

10 junio, 2007  
Blogger maría magdalena gabetta said...

Gracias por publicar en tu blog este cuento que quiero tanto. Un abrazo. Magda

29 marzo, 2008  

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