sábado, abril 21, 2007

Perro semihundido

"Perro semihundido". Francisco de Goya y Lucientes. S. XIX


Este cuadro se encontraba en “La Quinta del Sordo”, con el resto de pinturas negras. Sin embargo, en este caso la escena no es tenebrosa ni sórdida, no hay aquelarres, brujas o monstruos. Sólo hay un perro, pero resulta sumamente inquietante. ¿Qué hace el perro?

Puede nadar contracorriente, puede estar en una duna de arena, asomarse tras una loma, ahogándose o hundiéndose en arenas movedizas... Y es más, ¿qué esta mirando con tanta atención? No hay nada en su campo visual, solo una mancha de color. Quizá había algo o alguien pintado, pero Goya decidió borrarlo, dejando al perro fuera de todo contexto o escenario identificable.

Dicen que de todos los animales el perro es el animal que penetra con más profundidad en el corazón de los hombres. Es tanta la ternura que manifiesta este animal hacia los seres humanos, que pocas son las personas que no se emocionan viendo la algarabía de estos animales delante de sus amos y las expresiones de cariño que les dedican. Miles son las muestras de fidelidad y de generosidad que los perros han manifestado a sus amigos los hombres.

Más de las dos terceras partes del cuadro están vacías, el horizonte es una línea diagonal, y la separación cielo-tierra resulta muy confusa. Este cuadro puede ser más o menos bonito, despertar más o menos emociones... Lo que está claro es que no es un cuadro convencional.

Es cierto que en esta vida nada es fácil, ¡¡¡ pero tampoco es tan complicada!! Prohibido ahogarse en un vaso de agua ni enterrarse en un grano de arena: ayer lloraba el que ríe hoy, y hoy llora el que ayer rió. Más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón, así que ADELANTE.

Cuando nos sentimos heridos o hemos sufrido por algo tenemos varias alternativas: ignorar lo sucedido, negar lo que ocurrió o intentar salir adelante y curar la tristeza.

En ocasiones es difícil volver la vista atrás, enfrentarte cara a cara con el problema, con la persona, con la situación... Pero es la única manera de salir del dolor eficientemente, creciendo, aprendiendo sobre uno mismo. Si no se revisa lo sucedido y se trata de prevenirlo, se corre el riesgo de cometer de nuevo el mismo error.

Sobreponerse a la herida supone un alto compromiso, una cuota de dolor (soportable). Para curar una herida hay que desinfectarla, observar su profundidad, determinar de qué manera se produjo y, lo más importante, la forma en que se puede prevenir para que no vuelva a suceder. Salir del pozo es un proceso que lleva tiempo, esfuerzo, decisión y paciencia. Todos nos hemos visto de una u otra manera en un pozo en un momento determinado: puede ser un pozo estar enamorado y no ser correspondido, o tener ansiedad, complejos, no estar a gusto con tu trabajo, con tu pareja, la pérdida de un ser querido... Cada situación exige una respuesta diferente y por supuesto no son comparables. Salir de él es la única manera eficaz de lograr la óptima cicatrización de la herida.

Una vez que logramos volver a vivir la tranquilidad y el bienestar, cuando deseamos cambiar y recrear nuestra vida, aparece el miedo: temor a cometer los mismos errores, caer en las mismas trampas, no desarrollar ese cambio que estaba en nuestro objetivo y volver a cometer las mismas torpezas.

Para volver a tomar las riendas de nuestra vida, personal y afectiva, debemos rescatar lo bueno, lo sano, lo valioso y enriquecedor que existió en el pasado. Uno tiene que volver a ser el protagonista de su vida y dirigir su propia película.

Tenemos que elegir la mejor manera de vivir, respetando los valores inalterables, los que no fallan, respetándonos a nosotros mismos, respetando a los demás. Estos valores hacen que desarrollemos al máximo nuestras habilidades, posibilidades y puntos fuertes.

Empezar de nuevo cuesta mucho trabajo, pero vale la pena. Hay que aprovechar las oportunidades que te brinda la vida. Ya no hay príncipes ni princesas, ni fantasías adolescentes. Alegría, dolor, cambio... hacen que la experiencia desarrolle y canalice nuestros actos. Pero la experiencia no quita la ilusión.

Buscar la felicidad es un desafío. Podríamos decir que se trata de un desafío continuo: para mi no existe la felicidad como estado emocional, sino como momento puntual. La felicidad consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar.

Decía Casona: “Si eres feliz: escóndete. No se puede andar cargado de joyas por un barrio de mendigos. No se puede pasear una felicidad como la tuya por un mundo de desgraciados”.

Yo estoy preparado para ser feliz, de hecho lo soy. Metí en la maleta todo lo necesario: confianza, seguridad, orgullo, dignidad, fortaleza, generosidad, ilusión, misterio, alegría y esperanza. Y tú, ¿eres feliz?

6 Comments:

Blogger Casiopea said...

y éste cuadro es la portada de un libro de paul auster: tombuctú

24 abril, 2007  
Blogger silvita said...

Está claro que no hay una receta única para la felicidad. Lo que uno mete en su maleta no tiene por qué ser los ingredientes necesarios para que otra persona sea feliz.
Yo he pasado una época que decía haber encontrado la felicidad... ya casi no sé exactamente que significa. ¿Es un estado de ausencia de tristeza? Para mí creo que no es suficiente. Es cierto que cuando más tranquila y estable sentimentalmente estoy más fácil es relacionarlo con un estado de felicidad. Es decir, si no estoy enamorada y el resto de cosas están ordenadas en mi vida... pues no tengo razón para no ser feliz, sin embargo luego te enamoras y se abre un mundo de emociones, de luces y sensaciones... es una alegría desbordante, a la vez que un terrible miedo a no estar a la altura. Sinceramente, prefiero no ser feliz y sentir todo esto que una felicidad apotronada en un sofá. Pero cada uno tiene sus prioridades, claro está.
Quizá me equivoque y desde luego sé que quien es apasionado y busca tantas emociones sufre mucho más... pero ¿qué clase de vida es aquella en la que intentas evitar las sensaciones o matarlas de aburrimiento? Si ante el más mínimo riesgo agachamos la cabeza o huimos aterrados, corremos el riesgo de no vivir. Sinceramente desde siempre he pensado que quiero vivir intensamente y me da igual por cuanto tiempo, no sé si siempre lo hago o soy de las que se esconden. Creo que no soy el mejor ejemplo en estos momentos,ya que sólo estoy intentando reconstruirme con los cachitos que he encontrado de mí en el suelo, cuando termine de hacerlo volveré a tirarme al vacío si hace falta, de todos modos ya sé trucos para volver a levantarme... no tengo miedo.

30 abril, 2007  
Blogger cholo said...

A mí, que me he ahogado en vasos de agua y hundido en granos de arena (y aun respiro), me habla de la soledad del autoconocimiento. El perro mira a quien a su vez le observa, impávido, como se hunde. Desconcertado espera ayuda y, mientras la perplejidad le inunda, deja pasar la última oportunidad de coger impulso y salir. Así nosotros también, esperamos que venga alguien y nos tienda su mano, que nos de un motivo. Pero los demás solo deben miran expectantes como articulamos nuestros propios movimientos para ser nosotros los artífices del resurgir. Solo así aprenderemos por dónde no volver a pasar, lo que nos merece la pena, cuánto es lo que podemos perder y de dónde SOMOS CAPACES DE SALIR. Un nuevo yo, perfeccionado, más yo que nunca; alguien por descubrir. El estímulo de aprender, escucharte, soltar lastre, volar... y si caemos, saber que forman parte del proceso de cambio.

Aprendemos también que la felicidad aparece cuando no la ambicionas, que hay que estar listo para entregarte a su visita y que somos tan felices como nos permitimos. Pero nadie pregunta en ese momento, en ese instante en el que, quizá, no eres infeliz. Un encuentro, una noticia, un descubrimiento, un segundo de paz, un abrazo, un pensamiento, un impulso… La respuesta es siempre”NO!”; pero cuando soy feliz, es sin medida.

“… y si te falta una imagen quiero que me recuerdes así, con el viento en las velas.” Andrés Calamaro, “No son horas” (Honestidad brutal).

01 mayo, 2007  
Anonymous Anónimo said...

¿Felicidad?

Los años en que el mundo se llenaba con una caja de cartón en la que te metías y hacías un fuerte.

Correr por un campo de baloncesto sin levantar 4 palmos del suelo con la única preocupación de meterla por el aro.

Los veinte duros que te daba tu abuela para que te compraras chuches que te ponían los ojos como chirivitas porque te daba para cocoruedas, escalofríos y un montón de fresas ácidas y plátanos.

Mi guitarra.

Mis fotos.

Una mirada.

Dejemos de pensar en la felicidad como un cúmulo de sensaciones. La felicidad es un momento preciso que hace muchos años cuando éramos mocos era dilatado en el tiempo. Hoy son segundos, quizas minutos, pero difícilmente días.

Aquellas pequeñas cosas son las que llenan.

¿Que si soy feliz? Ahora sí, no sé si cuando termine de escribir esto seguiré estándolo.

08 mayo, 2007  
Blogger silvita said...

Bueno Alberto lo que pasa es que es cierto que tenemos momentos, instantes de felicidad, pero para llegar a decir "soy feliz" intentamos hacer un balance entre los momentos en los que nos sentimos felices y en los que nos sentimos mal. De todos modos, volviendo a lo que escribí el otro día... yo misma me sorprendo! os acordáis de esos cachitos de mí que estaban por los suelos? pues parece ser que estan todos en su sitio!! jajaja, otra vez me siento fuerte! y si pongo una balanza incluso me siento feliz!

09 mayo, 2007  
Blogger vehemente said...

“Un hombre sabe que no hay nada peor que quedarse en el camino” Tahures Zurdos. Dime que no.

“Si uno no sigue, todo sigue sin uno, y sigue igual”. Lugares comunes, una película de A. Aristarain.

20 mayo, 2007  

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